El escritor Luciano Lamberti, jurado del concurso de cuentos organizado por la Cámara de Diputados de Salta, habló con un medio nacional sobre literatura argentina.
Transcribimos la nota de Walter Lezcano, publicada en http://www.niapalos.org/
Ya hace unos años que la literatura argentina abandonó definitivamente la centralidad porteña. Aparecieron nuevas voces de distintas provincias que retratan mundos propios y desconocidos, y es más allá de la General Paz donde hoy se encuentran los trabajos más innovadores y con algo para decir dentro del panorama literario. Luciano Lamberti es uno de los escritores jóvenes más originales y contundentes de la actualidad, un autor que con sus libros descentralizó el interés y lo llevó por afuera de Buenos Aires. Es poeta, narrador, tallerista y docente. Dialogamos con él, en una soleada tarde cordobesa, sobre la reaparición en las librerías de sus dos primeras obras: San Francisco (China Editora) y El asesino de chanchos (Nudista).
¿Cómo surgen estas reediciones y qué componente hay de divismo o capricho en volver a poner nuevamente en circulación estos textos?
Fueron editados en editoriales muy chicas y eso hacía que tuviesen una circulación muy acotada. Quería cambiar eso, nada más. Y porque me parecen buenos libros los dos. Los volví a leer y se la bancan. No es divismo lo que hay detrás de estas reediciones. Tienen que ver con que mucha gente me pedía los libros y yo quería que estuviera a mano. Tenía un problema y lo resolví. El libro de poemas me sorprendió cuando lo volví a leer.
¿Por qué?
Porque cuando uno vuelve a leer lo que escribió hace muchos años decís: con qué me voy a encontrar, dios santo. Pero está muy bien. Y me gusta la idea de escribir un solo libro de poemas e ir agregándole partes. Digo, no es que tenga mucha necesidad de escribir poemas. Trasladé la música de la poesía a la prosa. Como que esa parte está salvada. La parte de la música del lenguaje la trato de utilizar en la narrativa.
¿Cómo fuiste elaborando San Francisco, tu primer libro de poemas?
En los noventa estaba de moda escribir como series, digamos. En el sentido de continuados, que tengan un eje, como si fueran muestras de un continuo. Quise escribir a partir de San Francisco: la gente y los personajes que había conocido y todo eso. Yo hacía poco que había venido a Córdoba y traté de mostrar el contraste entre esa cosa medio ideal y monstruosa de San Francisco con las condiciones horrorosas en las cuales vivía en Córdoba: un departamento muy pobre y muy incómodo. Me salieron rápido. Y los escribí pensando en un concepto muy fuerte que era la poesía narrativa: contar pequeñas historias con los poemas. Entonces una novia me dijo: ¿por qué no escribís cuentos? Si estos poemas cuentan historias, ¿para qué escribís poemas? Y tenía razón. Esa es la inversión que se dio en los noventa: abandonar la poesía lírica y contar. Tipo lo que hacía [Juan José] Saer que publicó un libro de poemas que se llama El arte de narrar. Él siempre trató de forzar los géneros para que los poemas sonaran a cuentos y los cuentos a poemas. Buscaba esa mezcla. Y después me puse un poco más lírico porque ya estaba harto de escribir poemas así. Y justo estaba leyendo, para mi tesis, a Héctor Viel Temperley y entré en esa onda. Y Silvio Mattoni me dirigía la tesis y me tiraba para leer a George Bataille, y esos críticos de poesía que son casi místicos. Tienen la idea de que el poema puede atravesar la realidad, mostrar otro mundo, es una herramienta mística. Entonces la otra parte del libro, que se llama “La bañera”, la escribí medio enfermo porque me lesioné en karate. Estaba postrado y un poco deprimido, por eso tienen un trasfondo medio bíblico. Después no volví a escribir poesía. No sé por qué. Sencillamente no me dieron ganas. Con esta reedición agregué unas cosas que ya tenía escritas. Y si vuelvo a escribir se lo voy a escribir a este libro. Igual la poesía es heroica.
¿Con qué te encontraste en la relectura que hiciste de El asesino de chanchos?
Me encontré con que es divertido. Pero son cuentos que tienden más a generar un clima que a contar una historia en el sentido más clásico. Cuentos más planos en el sentido de que a los personajes les pasan cosas pero ellos no entienden el sentido de lo que les pasa. Son cosas medio absurdas que les ocurren y uno hasta lo dice. Un poco la realidad es así. Es un libro muy realista, muy acorde al fin del menemismo en un punto, o lo que había dejado en un sentido visual: pueblos del interior hechos mierda, cosas así. Alejandro Rubio lo leyó así y muy bien. También hizo hincapié en que son cuentos sin moraleja, sin que los personajes puedan extraer un sentido de lo que les pasa. Pero sí pintar un estado de las cosas
¿Eso era algo que te interesaba reflejar o surgió de lecturas posteriores?
No. Cuando uno escribe no sabe muy bien qué está haciendo. Después te das cuenta. Pero a medida que lo escribís no tenés idea. Si tenés idea no tiene sentido que lo escribas. No es que yo me pongo a escribir diciendo: bueno, voy a reflejar tal cosa. ¿Qué voy a reflejar? De pedo que tengo una historia, una primera frase y parto de ahí y voy para adelante. Cuando está el escritor, el crítico y el lector se quedan callados. No tiene mucho sentido que anden por ahí.
¿De dónde provienen los materiales con los que construiste estas historias?
Tienen un gran componente autobiográfico. O de cosas que he oído. Me reía mientras hacía una especie de corrección para la reedición porque me acordaba de todas esas cosas que le había robado a mi propia vida. O a historias que oí. Uno se nutre de lo que le pasa. Incluso cuando habla sobre viajes en el tiempo. Siempre escribís sobre vos tratando de disfrazarlo para que no se note. Está siempre lo autobiográfico pero no es literatura del yo, donde lo único importante es tu persona. Para mí hay que salir un poco de eso.
En Buenos Aires tu libro tuvo mucha circulación. ¿Considerás que se debía a cierto clasicismo de tus cuentos y eso era algo que no se estaba haciendo mucho?
Yo creo que eso se estaba haciendo un montón (risas). Por lo menos en Córdoba. No te olvides que en Córdoba no teníamos a César Aira, no había un Cucurto. Nos tomamos las cosas muy en serio en Córdoba. El realismo era parte de esa seriedad. Por lo menos la gente con la cual yo me juntaba: Carlos Godoy, Federico Falco. Había una cuestión fuerte con el realismo. Sobre todo con nuestras lecturas. Yo, en ese sentido, a Buenos Aires la veo más influida por los ochenta: Lamborghini, Perlongher, Aira, toda esa tradición que acá no estaba, que no había. Era más reflejar la realidad y también sobre lo inmediato en contraposición a la gente que se iba a la mierda. Y a los porteños, ¿no? Que escribían su realidad pero distinta a la nuestra. Y eso era algo a lo cual sacarle el jugo. Sentíamos que el interior no estaba escrito. Entonces nos dábamos manija en ese sentido: que había que escribir el interior. Después te hartás, obviamente. No vas hacer toda la vida lo mismo, es un embole.
¿Y sentís que ahora está escrito el interior, teniendo en cuenta el tiempo que pasó de la primera salida del libro?
Y hay mucha gente que se subió a ese tren y empezó a escribir sobre su entorno.
¿Hablás de cierto aprovechamiento?
Sí, puede que sí. Además, cuando salió 00, el libro de Falco, y 222 Patitos, que es otro libro muy bueno de él, hubo cierto efecto contagio sobre muchos escritores que por ahí empezaban y vieron una salida estética interesante.
Y ahora que pasó el tiempo, ¿cómo ves que se escribe el interior hoy en día? ¿Sentís que se puede hablar de una literatura propia de las provincias?
Siempre la hubo y siempre la va haber. De ahí a que la conozcamos o no es problema nuestro. Siempre va haber gente escribiendo. Hace poco estuve en Santiago del Estero dando una clínica y había veinte personas con sus cosas escritas. Para mí re existe. Por ahí no se conocen tanto. Lo que pasó en Córdoba, que varios cordobeses publicaran en Buenos Aires, tiene que ver con muchas cosas: con la web, con que los porteños están hartos de sí mismo y empiezan a mirar para afuera, con la mirada paternalista que tienen hacia el interior entonces son más benevolentes, con los escritores que no conocen personalmente y que no les quieren sacar el trabajo (risas). Incluso a mí me siguen poniendo que soy un escritor del interior.
¿Te molesta eso?
Yo digo que en realidad soy un escritor de San Francisco. O del barrio Sarmiento. O de la calle Florencio Sánchez al 700 que es donde yo nací. Porque viste que a los escritores porteños no les ponen es un escritor de Capital Federal. Me chupa un huevo mientras me lean. Que digan que soy del interior, que no, si les gusta, si se calientan con eso: perfecto.
¿Desde el interior cómo ves a Buenos Aires?
Es gracioso. Por un lado se lo toman todo muy en serio: tienen grandes discusiones en internet. Esto referido al campo literario. Pero después escriben una novela en 15 días y van y la publican. Nosotros somos como mucho más religiosos: entramos en crisis y neurosis por alcanzar cierto grado de exigencia estética. Y en Buenos Aires les chupa un huevo: son como más desprendidos. Estuvo re bueno publicar en Buenos Aires porque después me querían más acá. Cuando hablan bien de vos en Buenos Aires acá dicen: y sí. Pero en esa época no existía una editorial como Nudista que tiene una pila igual o superior a una editorial independiente porteña. Ahora ni siquiera es necesario ir allá. O por lo menos eso pasa en Córdoba. Por ahí en otra provincia es un poco más difícil, pero es cuestión de tiempo. Yo no me iría a Buenos Aires para “pegarla”, no me parece necesario. Podés escribir desde el interior y con internet y con las formas nuevas de circulación podés acceder a cierto público y tener presencia sin tener que vivir allá. Por otro lado es mejor: si no te ven tan seguido no se hartan tan rápido de vos.
Sos profesor de Lengua en secundarios, tallerista, das clínicas: tenés muchas actividades que apuntan a ganarte la vida…
No sé por qué un escritor no debería estar preocupado por la guita. Es como que un docente no esté preocupado por la plata y lo haga por vocación. No sé qué hay de malo en la guita. No tiene nada de malo el dinero, sobre todo cuando me pertenece a mí. Yo organicé toda mi vida alrededor de la escritura, aunque no me dé guita. En ese sentido soy medio nabo. Acomodé los días del colegio para tener tiempo libre. Acomodé mi vida para tener un par de horitas por día para dedicarle a eso: corregir o escribir. La guita es un tema. Pasa que no estamos acostumbrados a cobrar, algunas cosas todavía no las cobramos, sentimos que el escritor tiene que pedir permiso, como que es una pendejada escribir y nos da un poco de vergüenza pedir plata. Es la vieja idea de que en Argentina no hay mercado literario y eso le hace mal a la literatura. Porque vender libros es sinónimo de que sos mal escritor: sospechan de vos. En Estados Unidos los buenos escritores son comerciales. Acá tenemos a Ricardo Piglia como el gran escritor: un tipo que vive en un mundo ideal. Vos los ves escribiendo sobre sexo y te da un poco de risa, de vergüenza ajena. En Estados Unidos tienen a John Irving: te das cuenta la diferencia. Irving hace lucha libre. Piglia habla de conceptos de la Universidad. El escritor norteamericano es alguien real. Todo eso, acá, afecta la propia escritura.
¿A qué le decís Ni a Palos?
En este momento de mi vida a la convivencia, a los trabajos agobiantes y la gente que se aprovecha del derrumbe del kirchnerismo para hacer leña del árbol caído.