Cuarto Poder visitó un comedor que funciona en barrio 17 de octubre desde hace una treintena de años. Las mujeres que lo sostienen vienen manteniendo reuniones para interactuar entre ellas y, puntualmente, ahora se están organizando para viajar al próximo Encuentro Nacional de Mujeres en Chubut. Andrea Mansilla
Hay dos mates circulando: uno amargo y otro dulce que llenan de azúcar directamente sobre la yerba en cada cebada. Los dos mates van y vuelven hacia Carmen, que sabe exactamente quién toma dulce y quién amargo. Como todas las semanas desde hace cuatro años, Carmen, Hilda, Andrea y otras mujeres se juntan a charlar sobre distintos temas en el comedor del Barrio 17 de octubre. Son alrededor de veinte pero este martes asistieron once. Entre ellas María Martínez, quién empezó trabajando con ellas como funcionaria pública y ahora, incluso sin ese cargo, sigue apostando a esta construcción.
Quienes de la reunión forman parte del grupo de mujeres que mantiene en pie el comedor al que asisten aproximadamente 260 personas entre niñxs, abuelxs, embarazadas y personas con alguna discapacidad. Vienen de varios barrios de la zona norte (17 de octubre, Juan Manuel de Rosas, Unión, Juan Pablo II), reciben el almuerzo y la cena con un menú variado que nunca se repite. Además de colaborar como voluntarias en el comedor, las mamás se reúnen una vez por semana a planificar la logística pero también a discutir sobre temas que les interesan y las atraviesan, como violencia en el noviazgo, violencia dentro del matrimonio, sexualidad, violencia de género y un sinfín de temas que surgen entre mate y mate.
Si bien en la dinámica de alimentar a casi 300 niñxs ya se veían todos los días, todavía no habían encontrado un espacio de reflexión en el que todas pudieran expresar personalmente sus preocupaciones y escucharse entre vecinas. Así fue como hace cuatro años, desde su cargo en la Dirección de Derechos Humanos, María Martínez empezó a ayudar al comedor e impulsó a estas mujeres a crear un momento para reunir voces al menos una vez a la semana. “Entre nosotras se había establecido un vínculo y una dinámica de trabajo que me fue imposible dejar. La lógica horizontal a la que habíamos apostado desde el principio me emparentó con ellas y sigo yendo todas las semanas para charlar, formarnos, reírnos y planificar acciones que mejoren su situación y la de lxs niñxs que asisten al comedor”, comenta María. De estos encuentros también participa Florencia Arri, psicóloga residente de Psicología Comunitaria, quien desde hace un año pone al servicio de estas mujeres toda su formación profesional.
Mientras observamos y escuchamos las voces de quienes han vivido mucho, caemos en cuenta de que la reunión de hoy tiene como eje principal la participación en el 33° Encuentro Nacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans del mes de octubre, que se realizará este año en Chubut. Todas coinciden en algo: juntarse resulta importante para conocer los intereses de otras mujeres, las problemáticas que viven en distintas provincias, porque los medios de comunicación poco ayudan. Andrea Rodríguez, quien es parte de la línea fundadora del comedor, comenta que siempre fueron a otros encuentros de mujeres pero de mujeres que colaboran en comedores. Esto es un ejemplo más de cómo el feminismo sin marco teórico impulsa desde la pulsión por cambiar realidades a miles de mujeres en todo el país. Mientras recuerdan otros momentos de reunión entre mujeres, reflexionan sobre la violencia a la que son sometidas: “La violencia de género ha llegado a su punto máximo y el hombre debe entender que los perjudicados siempre son los niños. Debe ir a la par con la mujer”, dice Andrea y pasa el mate mientras las demás la escuchan y asienten. Para juntar fondos para el viaje y la estadía venden pan casero y están organizando un bingo: el viaje para ellas es más que un sueño, es una oportunidad de crecer.
El comedor
Resulta imposible transcribir las ideas que con tanta claridad han desarrollado las madres del comedor en su reunión, porque la traducción no sería fiel a la vivencia de cada una y porque quienes observamos muchas veces tendemos a romantizar las situaciones. Entre miles de cosas que charlaron, la necesidad de leyes que protejan realmente a las mujeres fue uno de los temas centrales, así como la preocupación de todas por crear redes de comunicación con otros grupos de mujeres que desempeñen la tarea social que ellas realizan seis días a la semana.
Cuando terminan, nos brindan un rato más para charlar sobre el comedor. Cuentan la historia que las unió, se ríen, recuerdan y algunos ojos se pierden en el relato tratando de volver tres décadas atrás en el tiempo, como si la vida fuese una película en la que pasan tantas cosas que dura mil años.
“Hace treinta y tres años decidimos montar el comedor. Empezó como una olla popular, nos juntábamos algunas mamás y cocinábamos con lo que teníamos. Cada chico traía su plato, su tenedor y los sentábamos en las piedras a comer. Fue una forma de hacerle frente a la dura realidad que estábamos viviendo. Después conseguimos lugar en La Casita de Belén hasta que el gobierno nos construyó este espacio”, cuenta Hilda Maidana, a quien nos presentaron como “la Jefa máxima”, entre risas cómplices de sus compañeras y amigas.
Junto a Dorila Álvarez, Marta Silva, Hilda, Andrea y algunas que no están presentes hoy, las mujeres de los barrios de la zona norte montaron un comedor a fuerza de esfuerzo y lazos interpersonales, pasaron muchos años hasta que el gobierno y una ONG española les construyeron el espacio donde hoy comen lxs niñxs de cuatro barrios. De hecho, el comedor impulsó la creación del centro vecinal porque era uno de los requisitos del gobierno para hacerles el salón y la cocina. Con el tiempo, la organización se perfeccionó y ahora hay dos turnos de voluntarias que cocinan y sirven la comida, trabajo que realizan entre las 5 y las 14 hs. Son todas mujeres, porque coinciden todas en que la creación de un lugar seguro libre de opresiones de cualquier tipo (“problemas de celos, que no nos dejaban venir, que alguno le había pegado a la mujer”) es lo primordial para poder sostener el comedor para lxs chicxs.
Con alguna ayuda de fondos nacionales y de la Cooperadora Asistencial, planifican un menú que no se repite de semana a semana. Aunque el reglamento dice que solo pueden ayudar a niñxs de 2 a 6 años, Hilda asegura que la necesidad es mucho mayor: “Los hermanitos no pueden estar mirando en la puerta. Tampoco las mamás embarazadas. Como podemos, tratamos de hacer que alcance para todos”. Además coinciden que a pesar de todo lo logrado hasta ahora, necesitan bancos y mesas para servir la comida y sueñan con un espacio más grande en el que entren más personas. Sin percibir un sueldo, como voluntarias del amor pero también guerreras ante la necesidad, las mujeres del comedor sueñan en grande y construyen aún a mayor escala.