La anarquía de las PASO “U” con seis precandidatos puede explicarse por la indiferencia del líder, subordinados que no acatan órdenes, nula renovación dirigencial y promesas de un improbable futuro presidencial de Urtubey. Del otro lado, Gustavo Sáenz, coopta dirigentes en busca de un jefe. (Daniel Avalos)
Tras una década de liderazgo sin fisuras, el urtubeicismo protagonizó un armado electoral atravesado por la deserción del Partido de la Victoria, las tensiones con aliados claves, las negativas de figuras a ocupar candidaturas también claves y pequeños cismas como el protagonizado por soldados de sospechada lealtad -Frida Fonseca y Gastón Galíndez- que se negaron a que la cúpula les imponga candidatos en la lista propia.
Ante ello, una pregunta se impone: ¿el desmadre es episódico o el síntoma claro de un fin de ciclo en el que ministros poderosos ya no son escuchados y en donde el gobernador parece más seducido por la Revista Gente que por la discusión del futuro del peronismo y de la propia provincia? Los cuadros políticos “U” abonan la tesis episódica. Aseguran que el “líder” maneja los tiempos y que cuando esos tiempos lo aconsejen y la voz de mando lo disponga, la confusión y los malos entendidos quedarán atrás. Habría que matizar el optimismo. No sólo porque proviene de sectores a los que la tesis del fin de ciclo no les conviene, sino también porque el tambaleo y el rechazo de algunos a órdenes emanadas responden y retroalimentan mutaciones políticas subterráneas que modifican las conductas en la superficie.
No faltan quienes se alarman ante el hecho y no descarten que de seguir el descontrol el gobierno pierda las elecciones con oponentes tan extraños como ausentes de la lógica política. Los más, sin embargo, aseguran que esos tambaleos no amenazan aun el triunfo electoral del oficialismo en la categoría diputado nacional. La confianza tiene lógica aun cuando los candidatos “U” carezcan de potencialidad: un aburrido Andrés Zottos que en las encuestas es el que más mide porque su nombre es simplemente el más conocido; una resucitada Sonia Escudero cuya figura está asociada a Juan Carlos Romero que en 2013 no pudo garantizarle retener su banca nacional y que en el 2015 sufrió una verdadera paliza electoral; o un Matías Posadas cuyas ganas evidentes de trascender no le permitieron provincializar todavía su figura ni protagonizar algún triunfo electoral sonoro. Los tres candidatos restantes, mientras tanto, parecen condenados a realizar una experiencia testimonial.
Límites que en contiendas electorales competitivas serían insalvables aunque aquí no serían determinantes aún al menos por tres razones: la carencia en el macrismo salteño explicito de un candidato con imagen provincializada y la pereza de ese espacio para empezar una tarea de ese tipo que, simultáneamente, requiere el montaje de una estructura también provincial que haga de correa de transmisión entre las propuestas del candidato y la propia ciudadanía.
A los límites de ese tibio adversario en el conjunto provincial, debemos sumarle la iniciativa propia de quienes conduciendo el Estado y sabiendo de campañas electorales, ejercitaran cuando lo consideren oportuno un proselitismo relámpago que incluirá una oleada de anuncios propagandísticos para mostrar a los candidatos propios tal como las reglas de mercadotecnia lo aconsejen; sin olvidar que aun cuando la comunión económica – espiritual entre intendentes y el Grand Bourg no tenga la potencia de otros años, seguirá poniendo al servicio del bendecido una maquinaria fenomenal, conformada por una intrincada red de senadores, diputados, intendentes y miles de intermediarios que siendo una mezcla de rufianes y punteros políticos ponen al aparato en los rincones más periféricos de la provincia con el fin de darle algún tipo de calor popular a una candidatura.
Desacatados
Ese proceso empezó ayer cuando el propio Urtubey presentó a las cabezas de seis listas internas a diputados nacionales. El pulcro y pacato lanzamiento realizado en el Teatro Provincial vino a representar la orden de largada emitida por el gobernador para que el vastísimo y heterogéneo oficialismo empiece a movilizarse en pos del objetivo estratégico que es convertir en presidenciable a Urtubey. Objetivo que según todos los presentes requiere de un éxito táctico imprescindible: que los candidatos al congreso nacional triunfen y que la senaduría por la capital provincial se recupere para el oficialismo.
Todos enaltecerán en público lo que ya denominan una noble misión. La misma efectivamente homogeneizará a la tropa aunque esta ya no es la que era hace un par de meses: por sonoras deserciones, por carecer de la disciplina de otros tiempos y porque sufre pequeños cismas cuyo valor analítico no radica en el daño electoral que le ocasionarán al oficialismo sino en la emergencia de un liderazgo alternativo dispuesto a cobijar a quienes andan en busca de un nuevo jefe: Gustavo Sáenz
Sobre las deserciones basta recordar el caso del Partido de la Victoria del que ya hablamos oportunamente. Sobre los desacatos internos se habló menos aunque además de existir, obligaron al Grand Bourg a ceder en lo que oportunamente fue una pretensión clave: que las PASO de agosto sirvieran para que los grandes, pequeños y gastados partidos -que no prescinden de insignificantes y hasta tribales agrupamientos políticos- que conforman el mosaico oficialista se eliminaran entre sí con el objeto de llegar a unas generales de octubre con una lista única y poderosa.
Los primeros gritos en contra de la iniciativa provinieron de un interior provincial que en nombre de las particularidades de cada localidad, se opuso a que el semblante democrático dejara a cientos de dirigentes fuera de competencia antes de la contienda definitiva de octubre. Una catarata de quejas interesadamente argumentadas y ejemplificadas, deslizaron al Grand Bourg a ceder. Primero en el armado de la lista a concejales en el interior provincial y finalmente en la categoría de diputados departamentales.
La revuelta generó enormes olas que llegaron a la capital provincial. A ellas se montó Santiago Godoy. Tenía sentido: el “Indio” sabía que el “urtubeicismo no PJ” pretendía forzar las PASO entre las distintas fuerzas del frente con el objeto de disputarle la cabeza de lista en la categoría diputados provinciales impulsando al exfutbolista Sergio Plaza, cuyo perfil es del paladar mercadotécnico del Grand Bourg: buen mozo, desideologizado, ajeno a las tradiciones políticas, inclinado a un estilo gerencial y sin competencias para los excesos retóricos.
Digresión apache
Fue Godoy el ganador de la disputa palaciega acontecida en el oficialismo. Blanco de reiteradas maniobras que buscan convertirlo en un cadáver político, el presidente de la Cámara de diputados se ha vuelto un experto en forzar empates que lo dejan en carrera. El haber evitado las PASO lo confirma, aunque ese triunfo difícilmente pueda explicarse sin dos hechos claves: la forma como sobrellevó el conflicto que mantuvo con la Corte de Justicia salteña y el gobernador en el concurso para la selección de jueces y la ruptura del Partido de la Victoria con el propio frente oficialista.
Lo primero ocurrió a mediados de abril y requirió de su propia habilidad. No para imponerse al criterio que finalmente se impuso -que fue el del gobernador-; sí para encontrar los precedentes que legitimaban su accionar como presidente del Consejo de la Magistratura; poner bajo sospecha a poderosos hombres de la Justicia y no de la política como confeccionadores de listas negras o blancas que obturan o promueven el acceso a puestos claves del Poder Judicial; mientras dejaba en claro al propio Grand Bourg su determinación a dar batalla en el frente que fuera necesario si osaban amenazar su rol en la política local. Lo del Partido de la Victoria, en cambio, ocurrió en mayo y suministró a los “indeseables” del Grand Bourg una potencial retaguardia a la que podían replegarse para dar pelea electoral si es que las desavenencias al interior del oficialismo se tornaran irreparables.
Las características personales y políticas de Godoy que la tecnocracia “U” suele aborrecer y subestimar se impusieron. Y es que aun cuando el presidente de la Cámara pueda ser sintácticamente caótico, es dueño de un instinto clarividente que lo impulsa a tumbarse en el momento justo para eludir golpes; posee un conocimiento especial sobre el funcionamiento de la “cosa” política; prescinde de lucubraciones complicadas y se esfuerza en identificar lugares y momentos adecuados para dar peleas; se inclina a pactos de palabra que recelan de los contratos que redactan y obligan a cumplir quienes carecen de tradiciones partidarias; y prioriza la disputa por el Poder y no por la imagen a la que suelen apegarse sus adversarios internas.
En la semana la torpeza de los estrategas electorales del oficialismo volvió a favorecerlo. Mientras Godoy ya preparaba el acto de lanzamiento y fiscalizaba el armado de listas para las PASO, sus adversarios más fuertes para las internas -la edil Frida Fonseca y su compañero Gastón Galíndez- anunciaron que abandonaban el partido luego de que Miguel Isa, en nombre “del proyecto”, le pidiera a la edil que relegara su lugar en la fórmula a favor de Roberto Dib Ashur. Las especulaciones incomprobables pero verosímiles no tardaron en aparecer: con el apoyo del gabinete y la estructura de Frida Fonseca, el exministro de Educación era la nueva apuesta del Grand Bourg para disputarle la lista justicialista a un Godoy que terminó frotándose las manos celebrando lo obvio: ya no debe preocuparse por el empuje de Frida Fonseca mientras las intenciones que personalizaba el propio Dib Ashur quedaron enormemente debilitadas.
El cisma revelador
El paso de Frida Fonseca y Gastón Galíndez del oficialismo al saenzismo tiene un enorme valor analítico para caracterizar las mutaciones del escenario político provincial. Hasta ahora los pasillos palaciegos enfatizan la insubordinación contra los armadores políticos del Grand Bourg que en dos meses acumularon más rechazos que en toda una década; la peligrosa tendencia de Miguel Isa a ir convirtiéndose en un jefe de poca talla al protagonizar un pedido torpe aun cuando pueda no haber sido el ideólogo de la maniobra; o a calificar la deserción como el blanqueo de un adulterio político de larga data que incluyó múltiples servicios de Fonseca y Galíndez al gobierno municipal desde el Concejo Deliberante y que según varios fueron bien retribuidos por el propio Sáenz. Razón por la cual, dicen, estamos ante un pequeño cisma protagonizado por figuras que echaron mano a la calculadora para saber qué jefe podía pertrecharlos mejor para concretar el objetivo electoral.
En lo último, no obstante, radica el hecho central de la nueva situación: la consolidación del intendente como figura capaz de seducir y cobijar a capitanes que con soldados a su cargo o sin ellos, tienen experiencia en la organización de ejércitos donde aún no existen. Esa condición está lejas de ser episódica. Es cierto, nada indica que Gustavo Sáenz vaya a lanzarse en lo inmediato a la conquista de una provincia cuando aún debe convalidar su liderazgo en la capital, aunque él ya se proclama portador de aspectos esenciales para aquellos que desean acceder al Poder.
Uno de esos aspectos es el crédito político que el hombre fuerte posee entre hombres y mujeres del aparato; el otro es el control de los recursos humanos y materiales que permiten organizar al aparato mismo. Lo primero es un aspecto de carácter subjetivo. Consiste en que los cientos de miembros del aparato político posean la seguridad de que ese hombre fuerte tenga capacidades y fuerzas intransferibles a terceros para dirigir una empresa hacia los objetivos estipulados. Los miembros de ese aparato no valoran nunca al hombre fuerte en términos éticos o ideológicos, sencillamente porque lo que ellos valoran es la eficiencia y la habilidad del sujeto para concentrar poder y garantizar beneficios prácticos que posibiliten mantener las propias cuotas de poder en los campos específicos que manejan.
Son esas condiciones las que obligarán al urtubeicismo a ejecutar dos movimientos claves: ajustar controles políticos, administrativos y económicos con los aliados y subordinados de la capital y el interior para evitar nuevas disgregaciones; y montar un dique de contención a cualquier pretensión de Gustavo Sáenz de trascender la capital provincial en lo inmediato. Lo primero requiere para tener éxito del propio Urtubey que seguramente se encargará de ello. Lo segundo también parece probable en tanto es el propio intendente capitalino quien no parece dispuesto a cruzar los límites geográficos establecidos para evitar un conflicto en donde pasaría a ser blanco predilecto de ataques que pondrán a prueba su propia fortaleza mental.
Lo indudable, sin embargo, es que las negativas de muchos oficialistas a seguir ordenes enérgicas de las cúpulas, las revueltas de insubordinados que obligaron al Grand Bourg a ceder posiciones y las deserciones lisas y llanas anuncian que los futuros divorcios al interior del oficialismo podrán ser más o menos estridentes aunque finalmente serán rupturas protagonizados por actores que tras haber pasado por tantas otras, consideran a las nuevas un problema no de tipo sentimental sino de orden estrictamente económico.